Me llevó mucho tiempo.
Tardé mucho en escribir este texto.
Tomé el lápiz y el papel, innumerables veces. Anoté ideas, palabras sueltas, hice listas. Respiré hondo, viajé, vi nuevos paisajes, di besos y muchas veces guardé todo en un cajón. Nada salía con la fluidez y naturalidad que quería. Pero quería escribir sobre esto y estaba seguro de ello.
Hoy, en un día de tormenta anunciada, cuando el viento confunde las ideas y la lluvia limpia los pensamientos, abrí el cajón y saqué las notas escritas y las ideas. Tomé el lápiz y la hoja de papel y empecé a escribir.
"Siempre llegamos al lugar donde nos esperan" - José Saramago
Con frecuencia me encuentro con otras mujeres, simplemente para estar juntas y charlar. Creo que este es un ritual que forma parte de nuestro ADN.
Esta necesidad casi vital y maravillosa de reunirnos y compartir momentos, experiencias, sentimientos, sueños, tristezas y alegrías, agotamientos, nuevas ideas, amarguras, proyectos, lágrimas y risas.
Quizás este ritual, de reunirnos, cuidarnos y nutrirnos mutuamente, en un lugar seguro y de cierta forma sagrado, sea una necesidad heredada de la pesada historia de desventaja y, a menudo, de incomprensión que todas nosotras, mujeres, llevamos de alguna manera dentro de nosotras.
En estas muchas conversaciones de mujeres para mujeres, con el tiempo y con una frecuencia cada vez mayor, he escuchado compartir un sentimiento: descontento. El descontento con las relaciones amorosas. Un descontento y desencanto relacionado con la falta de compañía, respeto, ayuda, cariño, admiración, pasión y me atrevo a decir, amor.
No sé de quién es la culpa, ni siquiera sé si importa descubrirlo, pero la verdad es que veo a cada vez más mujeres llenas de valor, planes, ideas, sueños y ambiciones, siendo maltratadas, o mejor dicho, no siendo tratadas por hombres, con quienes decidieron compartir sus vidas un día.
Estas son mujeres que viven relaciones que no son relaciones en absoluto. Son, de hecho, situaciones altamente tóxicas, con un nivel de calidad aterrador, que amenazan la salud mental y física y, sobre todo, ponen en peligro y arriesgan nuestro mayor tesoro, nosotras mismas.
Son situaciones, muchas veces silenciosas y peligrosas, que tienen el poder de lentamente y en dosis muy suaves, quitarnos la vida y, lo que es peor, quitarnos nuestro poder, fuerza y brillo.
Yo estuve en una de esas situaciones, una situación tóxica, que duró varios años. También yo, fui una de esas mujeres, sentada en una mesa de un café bonito, rodeada de amigas, lloré, hablé de mi amor por otra persona, manifesté mi descontento e incluso solté algunas risas, disfrazadas de profunda desilusión, por la triste situación en la que me encontraba.
Fueron muchos años intentándolo, creyendo y poniendo todas mis fuerzas para que la relación funcionara. Fueron incluso más años, creyendo en más y mejor con esa persona, sin que nunca sucediera. Sí, también fui la mujer que llegó al límite de su fuerza, que se sentía culpable por todo y por nada, que lloró todas las lágrimas que tenía, que empezó por primera vez a sentir ansiedad y a sentir una rabia en el pecho con la que no sabía cómo lidiar. También fui la mujer que sintió que no podía más, pero tampoco podía salir de ese lugar. Fui la mujer cuya cabeza era un montón de problemas sin solución y de sueños a punto de derrumbarse. Y en el silencio de mi habitación, yo era la mujer, que sabía que esa no era la forma de relación en la que creía, pero que al mismo tiempo, exhausta, pensaba que no sabría cómo vivir sin esa persona, que ya no sabría cómo vivir sin...
¡Yo! ¡Justo yo! Feminista convencida, defensora acérrima de la igualdad, del amor verdadero y de la felicidad sin límites.
Sí, yo también estuve allí, en ese lugar oscuro sin luz a la vista.
Pero un día, con la ayuda de muchos y muchas (a quienes estoy eternamente agradecida), no sé dónde ni cómo, pero encontré los restos de la mujer fuerte y atrevida que siempre fui, y dije ¡basta! Dije basta a una situación que era mala para mí y también para él.
Me fui de casa.
En su momento, muchos dijeron que era muy valiente al haber puesto punto final a una relación tan larga, pero en ese momento, el valor era un sentimiento que no podía vestir.
No fue fácil.
Fue la fase más difícil de mi vida.
Nadie termina bien cuando se termina con tanto involucrado y, sobre todo, amando tanto. Extrañaba todo.
El olor, dormir juntos, la casa cerca del mar... La voz, la rutina, la vida... También extrañaba mucho a mí misma. Extrañaba a la persona que era antes. Y me pregunté muchas veces, ¿por qué tenía que pasar por ese gran sufrimiento?
Pero la verdad es que tarde o temprano, todo empieza a tener sentido y todo ocurre por una razón válida.
Y en medio de la tormenta, poco a poco, comencé a liberar lo que me pesaba y me hacía daño, y comencé a ser capaz de bailar y reír otra vez y un día, llamé a la Señora Tormenta, y le mostré el cielo azul, el sol cálido y amarillo brillante y la brisa del mar.
Por eso, es desde este lugar de confianza, valor, serenidad, empatía y felicidad, que hoy escribo este texto, para las mujeres que están en situaciones y no en relaciones.
¡Atrévanse!
Busquen en lo más profundo, su lado más audaz, crean en ustedes y en sus sueños y deseos. Sean buenas consigo mismas y crean que merecen más, mucho, pero mucho más.
Cuestionen todo. Denle la oportunidad a la vida de entrar en ustedes y observen cómo puede sorprenderles. Pidan ayuda, hablen y vomiten horas y horas, su dolor y problemas, con aquellos que solo quieren escucharles y consolarles.
Caminen hasta que les duelan las piernas, vuelvan a hacer lo que les gusta y pónganse en el centro de sus vidas.
Piensen que en la vida siempre hay una solución y que tenemos una mente creativa y dinámica que nos permite adaptarnos, cambiar, generar.
No se conformen con poco, con lo que les hace infelices, con lo que no les valora. El amor no tiene por qué ser pesado, doloroso y complicado. Crean que las tormentas no duran para siempre y que cada uno de nosotros tiene un poder único y especial: el poder de hacer lo que queremos con nuestra vida. Y con calma, el tiempo pasa, las tormentas van y vienen, el sol brilla, el mar se agita y la vida sucede.
¿Y nosotros?
Nosotros caminamos... Solas o con alguien que nos da la mano, que pregunta si estamos bien, que nos invita a bailar sin motivo un martes cualquiera y nos hace sonreír y suspirar.
Caminamos.
Pero felices.
Gracias a mi familia y a todas las mujeres que me escucharon, me consolaron y me llenaron de coraje.
Gracias a ellas volví a ser yo.
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Pueden seguir el trabajo de Isabel aquí.